La memoria de los días

Voy a volver a los primeros días. Allí encuentro la fuente que da sentido a la memoria. Estoy en los brazos de mi abuelo, puedo sentir el olor a limpio de su camisa. Me lleva a la piscina. Abajo del árbol de moras permanezco a la sombra de todos los miedos. Todavía no camino, estoy aprendiendo a gatear. El sol es una luz muy clara, llevo puesto un gorro blanco. Ya terminamos de almorzar, los mayores tomaron té con limón. Mi padre tiene un auto negro que recuerdo pensar que se parecía mucho al auto de la bruja de los 101 dálmatas. A ella sí que le tenía miedo. Los asientos son rojos y me sientan atrás. Mi hermano me pellizca. Vamos al arroyo a pasear.   En el arroyo descubro el sabor de los macachines rosados. Luego viene la siesta, la oscuridad de la habitación, la abuela a mi lado, la imposibilidad de salir a jugar con mis amigos. Mis amigos eran tres vecinos. 

Estos días de sol y calor a finales de verano, me han hecho pensar en el paraíso. La cuestión es darle forma al sueño, ponerle patas, que ande, vivirlo y correr tras él con el corazón convencido que bajo las estrellas, el sol y la luna, vas a terminar tus días en él sin siquiera enterarte cómo llegaste hasta allí. Ahora dicen que vivo un infierno. De ser así, también viviré el paraíso solo por esa cuestión de que hay un tiempo para todo. Solo es cuestión de darle forma. Correr tras él. Mi sueño tiene forma de mar y montaña. Mi sueño es de libertad. Mi sueño es de amor. Mi sueño es de paz. Hace días que invoco al ángel de la guarda por paz, pero ayer acudieron tres ángeles más.  Entonces pedí paz, amor y libertad. En estos días de sol y calor, cuando se pudren los higos y aparecen las manzanas, el paraíso es una idea, a su alrededor imagino palabras para darle ritmo y poder a la entelequia. Sobrevivir a este infierno que parece de papel y es de madera, requiere de un sueño, ir tras ...