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Cartas que se perdieron

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Me llamas al silencio por Whatapps y me dices que te escriba por mail porque te escribo bonito. Creo que ha sido la manera más sutil de mandarme a la mierda como has hecho. Por eso no tengo dudas si estas bellas palabras que escriben mis manos, lleguen a tu vista. Entiendo lo que dices. Llevas razón. Supongo que al final hago la tonta pensando en otras historias. Si, ya sabes, me voy de mambo a veces. Solo que de verdad eras esperanza en mis días. Me daba ilusión de amor sentir tu voz. Ya me conoces, hasta estas palabras están de más. Pero no hay manera, si te rompí el corazón como remediarlo. Sin embargo, hace un rato pensaba la noche que nos conocimos. Me dijiste me voy. Te diste vuelta y empezaste a caminar sola. Fueron segundos. Si te dejaba ir. Después de todo aquello era un caos. Si iba tras de ti. Después de todo aquello parecía realmente una historia de amor destinada a vivir. Es muy difícil llevarse conmigo. Tengo toda clase de manías, defectos, adicciones, conductas destructi

Sobre feos, blogs y bibliotecas

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*Esto lo escribí el ‎2‎ de ‎mayo‎ de ‎2006. En el minuto preciso, segundo tal vez ella hizo su magistral aparición: Scarlett O`Hora , flotando entre las hojas de la biblioteca, un poco furiosa porque no le permitían el acceso con libros a los catálogos. Cuando ya me había dicho, todos los lectores de biblioteca son feos. Al igual que los chicos que me contaron, se ofrecían de escudos humanos. Que conste que esto no lo pensé yo, lo pensó un tal super Ander. Él los vio y lo dijo. Yo lo refiero aquí. (¡Ander? – Sí, se llama Ander, Ander Izaguirre . Ander, no Under, ni Gunther: Ander con A. Él es un adelantado, pero en vez de navegar en galeones, anda en Vespa por España, y se nota que es un pibe cool e inteligente y todo eso) Acá les dejo su Twitter por si quieren seguirlo como yo.  Entonces se me vinieron a la mente todos esos feos que se ofrecen en cuerpo al enemigo. Me espanté, entonces pensé: los que sobrevivieron están acá. No hay duda, y todos están confabulados para estudiar, den

La hora de las campanas

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El aspecto que presentan las calles de Colonia Suiza al amanecer de un domingo difiere pelo a pelo del bullicio de los días de semana. Dos chicos esperan el bus, otro pasa caminando con la gorra puesta hacia la Plaza de los Fundadores. No se necesita ser muy observador para saber que los tres vienen de bailar y los dos son de Rosario o de algún destino que les lleve Compañía Colonia. Con el correr de los minutos los chicos parten y el último muchacho se pierde con los primeros rayos de sol, apenas visible por las nubes, hacia la avenida Gilomén a paso lento. Las cortinas de la panadería ya están abiertas y el panadero hace rato que llegó. Seguro ya están horneados esos primeros bizcochos de la mañana que la gente más tarde agotará hasta la última tanda de la noche.  El motor de una motocicleta estalla al cruzar la esquina, quizá igual como esos chicos de la madrugada, el piloto está llegando luego de la noche a buscar el descanso de su cama. Así avanza la mañana y no se mueve un pelo e

La muerte y la verdad

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Quisiera escribir como los poetas más distinguidos palabras felices que describan lo que veo. La aproximación es terrible pero justa y verdadera. Porque la verdad guarda y esconde la palabra. Y la verdad es que veo muerte. Muerte en forma de  madre que se va respiro tras respiro y yo solo puedo aliviar su dolor con una pastilla. Se va como nos iremos todos, de manera inevitable, de verdad. Muerte súbita del amor para siempre. Muerte de aquel amor que se parece al hogar y es tierno a la mañana. Muerte de las cosas que tuve: una bicicleta, una moto, una caja de lápices. Y qué hago con la muerte que se te pega de la noche a la mañana y me recuerda forzoso camino al infinito, me preguntas. La hago palabra. Le pongo cara, ojos, labios y orejas, la hago persona como si fuera Dios y la invito a mi casa. Le pregunto del futuro y me responde con silencio. Le pregunto del amor y baja la cabeza. Le pregunto sobre la verdad y esconde los ojos. Ella sabe lo que nosotros desconocemos pero no tiene r

Historia de un amor pequeño

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Intento con estas palabras explicar el pequeño sentimiento que una mujer me provoca. Digo pequeño porque no se trata de amor, mucho menos de sexo, tampoco de almas y espíritus sino de momentos. Momentos confusos donde algo tocó una fibra muy intima que si bien no desconocía, había decidido no tocar de ninguna manera. Momentos así de simples como un paseo en moto al arroyo, un paseo en auto, un oso de chocolate y un libro que no leyó. Es la historia de amor más bella de la literatura contemporánea. Aun así, ese confuso sentimiento, pequeño además, se mueve con tal facilidad por mis venas que apenas una noticia sobre ella, acelera mis pulsaciones y todo mi cuerpo se entera que está cerca. Entonces algo sucede, esa fibra se agita y dice "oye el amor que es pequeño y confuso tiene la fuerza de un río cuando viene bajando de la montaña derretido por el sol". Tu sabes cuando es primavera porque llegan golondrinas, las flores florecen y la gente está de buen humor. Se sueltan de rop

Un viaje corto al pasado

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La aldea de Tulor es el conjunto habitacional más antiguo conocido en América del Sur. A primera vista, son círculos sobre la arena del desierto chileno que nada atrae al turismo que visita San Pedro de Atacama. Es que las 90 agencias de turismo que operan en el desierto no promocionan este lugar. Es muy barato alegan. A poca gente le interesa ruinas arqueológicas. Parece que el atractivo es conocer la Laguna Cejar, por ejemplo, ojos de agua salada donde puedes flotar como en el Mar Muerto. La guía que nos lleva por Tulor, confiesa que le gustaría que más turistas llegaran aquí.  Los pueblos fantasmas abundan en el desierto. Cientos de años atrás los primeros hombres que habitaron América, desarmaron sus casas circulares, abandonaron el cementerio bajo el chañar y se instalaron más cerca del valle de lo que hoy es San Pedro de Atacama. Entonces vivían en ayllus, pequeñas comunidades familiares sedentarias, dedicadas al cultivo de papa, quinua y trigo y la cría de llamas, animal clave p

Los primeros días

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Voy a volver a los primeros días. Allí encuentro la fuente que da sentido a la memoria. Estoy en los brazos de mi abuelo, puedo sentir el olor a limpio de su camisa. Me lleva a la piscina. Abajo del árbol de moras permanezco a la sombra de todos los miedos. Todavía no camino, estoy aprendiendo a gatear. El sol es una luz muy clara, llevo puesto un gorro blanco. Ya terminamos de almorzar, los mayores tomaron té con limón. Mi padre tiene un auto negro que recuerdo pensar que se parecía mucho al auto de la bruja de los 101 dálmatas. A ella sí que le tenía miedo. Los asientos son rojos y me sientan atrás. Mi hermano me pellizca. Vamos al arroyo a pasear.   En el arroyo descubro el sabor de los macachines rosados. Luego viene la siesta, la oscuridad de la habitación, la abuela a mi lado, la imposibilidad de salir a jugar con mis amigos. Mis amigos eran tres vecinos, Laura, Pamela y Gabriel. Laura es rubia, de ojos azules y mucho más alta que yo. Ella me enseñó que lo más importante en el